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Mostrando entradas de diciembre 1, 2013

MANDELA

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Viviste todo lo que puede vivir un hombre. Hiciste todo lo que puede hacer un hombre. Fuiste sabio, luchador, correcto, concreto, valiente, humilde, respetuoso, la paz entre los hombres fue el motor de tu vida. Aunque poderoso no supiste de rencores ni revanchas. Hoy  la muerte esté feliz y yo no estoy triste. Hasta siempre digo, porque seguro hay otros hombres que han aprendido tus lecciones y que harán lo mejor por otros hombres. No estoy triste. Aunque todos lloremos una lágrima de despedida.

Tiempo

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No es que el tiempo no nos alcance para nada, ni que pase más rápido a medida que vamos creciendo. Es que al tiempo se lo comen las malditas colas. En el cajero, en el super, en el Banco, para pagar la tarjeta, el teléfono, los impuestos  o para comprar crédito telefónico. Para todo hay que hacer cola. Entonces el tiempo se vuelve algo chicloso, una cosa amorfa, muerta. Tantas y tantas horas perdidas solo porque alguien pensó que dándonos un plástico las cosas se harían mejor y más rápido, y claro que esto sería cierto si hubieran más cajeros automáticos, o más empleados para atendernos en el super, en el Banco o en el kiosko. Ahora a toda esta locura se le ha sumado la cola para cargar nafta. Basta que alguien eche a correr el rumor de que los camiones no llegan por paro de petroleros, por viento en la ruta o porque se le pinchó una cubierta a los camiones transportistas, para que todos salgan disparados hacia la primera estación de servicio, y allí se quedan horas y horas, escuch

Amaneceres

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Hay una hora en la noche en que todo se oscurece, es la hora en que comienza el sueño más pesado, es ese espacio en que la conciencia va cediendo su lugar a lo inconsciente, ese otro lugar desconocido poblado por imágenes que nadie sabe de donde vienen. Hay una hora en la noche en que mi cuerpo tiembla, retornan los miedos de la infancia y vuelven extrañas figuras, haciendo que me siente de golpe en mi cama, confundida, gritando en una pesadilla, llorando a veces lágrimas que dejan el amargo sabor de un trago indeseado o de ese medicamento que nos obligaban a tomar apretándonos la nariz, menuda forma de tortura. La única manera de expulsar esos miedos, de aclarar esa oscuridad de cada noche, de acabar con ese dolor inexplicable, es quedarme inmóvil en mi almohada, abrir grandes los ojos para mirar los árboles sacudiéndose en mi ventana, agitando sus ramas sobre los vidrios, limpiándome de los temores. Y solo esperar que otra vez amanezca.