Un inmundo objeto llamado expediente
El ajado expediente
quema mis manos. Toda la historia laboral de mi padre cabe en estas cincuenta
páginas tipeadas con máquina de escribir, algunas son copias al cárbonico,
firmadas por distintas manos, manoseadas, mezquinadas, burladas.
El sudor de la
frente de mi padre las salpica, sus manos negras de laburante han dejado sus
huellas en cada hoja de esta carpeta.
Me indigna
comprobar que quienes hacen las leyes jamás sentirán el olor del carbón, ni
sentirán la angustia de ingresar a una galería dejando afuera todos sus
temores. Jamás comerán el pan manchado de negro porque abajo no abunda el agua
para lavarse las manos, ni se enfrentarán a lo más profundo de sus temores y sentimientos
allí abajo olvidados del mundo.
Me duele saber que
también fue pobre y explotado aún cuando consiguió jubilarse, y que esta etapa
de su vida haya sido sinónimo de tantos
dolores, broncas y trastornos burocráticos, eternizados en estas hojas amarillas
de este inmundo objeto llamado expediente.
Y me indigna saber
que ese burócrata que me atendió en la oficina sin mirarme a los ojos es el mismo que solo supo ponerle obstáculos cuando acudió esperanzado a
recibir la compensación por tanto esfuerzo, que cada vez le exigió una nueva
firma, un nuevo certificado, una nueva acreditación de servicios. Ese que se jubilará o ya se habrá jubilado con un haber que quintuplique la magra
jubilación de mi padre.
El ya dejó atrás
todas las miserias de este mundo, y seguramente esta mejor en ese lugar
donde ahora habita. Esto pretende ser un
pequeño homenaje a un hombre que supo y sintió el valor del verdadero trabajo,
y que jamás despreció su destino.
Pero que nadie me
hable hoy de la justicia social, por favor.
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