EL HORMIGUERO
(Arboles subterráneos)
Hoy es el día de
la gran exposición del escultor japonés Itzuki
Kono, en París. La muestra se llama “Arboles subterráneos” y supone que
será un éxito, como todas las que ha venido realizando en su larga carrera. Sus obras son muy cotizadas en todo el mundo
por lo novedoso de sus propuestas. Hace
poco, ya casi sin ideas nuevas, se le ocurrió una que le pareció genial. Llenó
de aluminio líquido un hormiguero para obtener el verdadero esqueleto de la
colonia. El resultado lo dejó muy satisfecho. Luego de lavar y sacudir la
tierra del hormiguero aluminizado, apareció ante sus ojos la maravillosa trama
de ese mundo secreto de túneles y galerías intercomunicados de las más diversas
formas. Ese micro mundo donde cada habitante cumple su rol siguiendo las reglas
de la naturaleza, solo preocupados por su subsistencia. Luego, con el ego
exacerbado, probó con otros metales derretidos: oro, plata, cobre, otra vez con
aluminio y así consiguió sumar ocho hermosas estructuras que hoy se exhiben
sobre enormes taburetes. Unos más pequeños, otros más altos, todos
deslumbrantes como árboles nevados.
Los amantes del
arte moderno están fascinados. Para tranquilizar a los ambientalistas, dijo en
su discurso inaugural: “Quédense tranquilos, todas las hormigas fueron
evacuadas. Las aspiramos y las volvimos a insertar en otros hormigueros”. Muchos dudaron. ¿No sabe que las colonias de
hormigas son sociedades organizadas, que no aceptan ser avasalladas por otros?
¿Se habrán matado entre ellas en una guerra impuesta por este hombre? ¿Es que en nombre del arte se puede avasallar
la vida, así como así, sin consecuencias? Miraron detenidamente cada estructura
y si bien no encontraron restos de los insectos, ni patas ni antenas sobresaliendo
del metal solidificado, bien podría ser que algunos insectos hubieran quedado
atrapados en su interior. ¿Cómo saberlo?
La evacuación no
fue organizada, solo se trató de introducir la aspiradora en un agujero y luego
fue como un vómito de hormigas en el otro. Sin embargo, algunas alcanzaron a
huir, entre ellas una hormiga reina, que, indignada ante la destrucción de su
colonia, organizó rápidamente la resistencia.
Dicen que cuando
un humano vive una situación límite, muy agobiante, sufre cambios inmediatos en su cuerpo. Puede
perder el habla, desquiciarse, quizás ocurra que su cabello se vuelva blanco. El
impactante hecho también provocó un cambio en las hormigas. Se volvieron transparentes.
Y feroces. Lo que preservaron sobre todo fue su instinto de conservación y su sofisticado
sistema de comunicación. Siguieron el rastro del escultor, silenciosas y esparcidas en su enorme automóvil.
Hoy, en la
muestra, las hormigas invisibles están todas agrupadas al pie de cada escultura.
El sentimiento recién descubierto desborda su pequeño cuerpo y las llena de
energía y determinación. Tal vez por lo mismo se han ido expandiendo y muchas
han aumentado su tamaño. Desalojadas abruptamente de lo que fue su hogar, hoy
tienen frente a sus ojos al artista, desbordante en su exceso de autoestima. Son miles y miles y deciden actuar.
Antes que el
escultor termine de dar por inaugurada la muestra, el público empieza a
intranquilizarse. Gritan, se tocan, se
sacuden. Algo los hiere y no saben qué ocurre. El escultor es el más atacado.
Su rostro se vuelve pálido, gime, grita, presa del terror sale huyendo entre la
gente que también está convulsionada y corre hacia la salida.
Las esculturas
terminan en el suelo, estrelladas. Itzuki Kono, después de zarandearse vivamente,
se desploma hecho un ovillo sanguinolento. En un gesto desesperado, se deshace
de la ropa que lo cubre perdiendo toda inhibición. La sangre le brota de la
boca, los ojos, las orejas. Poco
después, los forenses no pueden explicar de dónde provino esa masa viscosa y blancuzca
que ha obstruido y destrozado todos los orificios de su cuerpo.
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